A los que me despertaron la curiosidad por el mundo y me despidieron aunque fuera difícil.
A los que me regalaron un empujón en vez de un reproche, aunque por dentro tuvieran tantas dudas como yo.
A los que abrieron un mapa y buscaron el nombre del país, la ciudad, el pueblo al que a partir de ahora su vida también estaría ligada de alguna forma.
A los que aprendieron a usar Skype a tropezones, hasta que después de muchos micrófonos fallidos, imágenes congeladas y cámaras apuntando al techo se convirtieron en maestros de las tecnologías.
A los que escuchan con paciencia mis batallas y dificultades, sabiendo que empezar de cero no es un fracaso y que con el tiempo todo (el trabajo, el idioma, el día a día improvisado) será mejor.
A los que viven como suyos mis aprendizajes y alegrías.
A los que creyeron en mi decisión de irme y comprendieron que el futuro no siempre está en un sitio fijo.
A los que me acompañan y comparten conmigo el mundo, aunque lo miremos desde extremos distintos.
A los que me enseñaron que podía en vez de enseñarme a tener miedo.
Gracias por sostener el vaso que sirve de teléfono al otro lado de la cuerda. Sin ustedes, ni el tiempo ni el lugar se medirían igual.
Gracias a todos los que equilibran la brújula y hacen que, mucho más que expatriada e inmigrante me sienta afortunada en este nuevo comienzo.
GRACIAS
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